Hace unos pocos años, desde el Ministerio de Educación, se inculcó esta idea: “Todos podemos aprender, nadie se quede atrás”, la cual resultó ser bastante persuasiva y favoreció la cohesión de esfuerzos.
Por Moises Pariahuache. 24 octubre, 2022. Publicado en El Peruano, el 22 de octubre de 2022.La niñez es una etapa muy valiosa en la vida. Se caracteriza por la tendencia de conocer e interactuar en el mundo; de ningún modo significa devaluación de la persona y menos es un símbolo de deterioro moral como cuando se le asocia a la palabra “los niños”, que se difunde en medios. Antes bien, la niñez se hace referencia a una pluralidad de personas en donde cada quien, dotado de potencialidades, representa una gran esperanza para la humanidad. Ante ellos, la sociedad organizada tiene el deber ético de respetarlos y procurar escenarios adecuados para su desarrollo.
Hace unos pocos años, desde el Ministerio de Educación, se inculcó esta idea: “Todos podemos aprender, nadie se quede atrás”, la cual resultó ser bastante persuasiva y favoreció la cohesión de esfuerzos del profesorado, las familias y organizaciones no gubernamentales. Se prestó atención especial en la asistencia a clases, la reducción de la deserción escolar y la planificación de experiencias de aprendizaje, pero no fue suficiente. Actualmente, la educación básica sigue con desafíos urgentes que necesitan de un amplio consenso y un esfuerzo interdisciplinario.
A la infancia, en términos concretos, aún no se le da la debida importancia; a veces se la minimiza, se les restringe iniciativa o se extralimita expectativas. Este problema está arraigado en la sociedad y algunos pensadores ya han cuestionado el tema: Rousseau (siglo XVIII) advertía del error de confundir al niño con un adulto en miniatura; María Montessori (inicios del siglo XX) exhortaba a regular los escenarios de aprendizaje antes de pensar en regular la conducta del niño; y Janusz Korczak (1879-1942), pediatra y educador, dedicó su vida a procurar condiciones dignas para los niños y a promover su derecho a ser respetado.
Francesco Tonucci (investigador italiano) señala que las escuelas y las ciudades deben adecuarse a las necesidades de los niños; y, es que lo que más necesitan son espacios accesibles, seguros y enriquecidos que les permita perfeccionar la amplia gama de intereses y talentos que tienen.
En nuestro medio se advierte el bajo rendimiento en Matemáticas, Ciencias, Comunicación y en toda área en la que se haga una evaluación seria; sin embargo, esa problemática se relaciona con la poca atención que se le ha brindado a la cultura en nuestro país. Hay una visión fragmentada del desarrollo humano que, al orientarse a forjar aprendizajes, se focaliza en las capacidades cognitivas y poco en aquello que fortalece el cuerpo y alimenta el alma. Por ejemplo, casi no existen polideportivos o espacios afines; lo mismo pasa con la disponibilidad de instrumentos y personal para hacer música en las escuelas; a esto se le puede añadir la precariedad de los recursos para desarrollar experiencias científicas.
Tonucci, autor La ciudad de los niños propone escucharlos realmente; preguntarles cómo quisieran que sea su comunidad o su escuela. Advierte que es un poco complicado, porque el niño es realista y sincero y eso al adulto no preparado le podría incomodar. Pero, si queremos un mundo donde cada quien tenga su espacio, urge escucharlos y, siendo consecuentes con sus demandas, preparar un ámbito donde puedan realizarse, relacionarse de forma segura y descubrir su grandeza.
Un escenario enriquecido es más que un espacio dotado de medios, implica una organización de los recursos y la propuesta de desafíos que los profesionales de las ciencias de la educación juzgan oportuno proponer. Esto pasa por pensar en trabajos interdisciplinares; el esfuerzo del profesor no basta. En ese sentido, Tonucci tiene la convicción de que la buena escuela es la que logra que toda su gente quiera trabajar unida. Ser convocado a una causa noble y escuchado genera compromiso; si se suma esto al obrar bienintencionado da sentido de pertenencia. Si la escuela abre sus puertas y convoca la ayuda de la ciudadanía tendría mayor capacidad para gestionar sus desafíos y convertirse en un agente de cohesión social.
Aprovechando ese rasgo social que todo hombre tiene, de interesarse por el bien común, resulta oportuno plantear el reto de hacer de cada escuela el mejor espacio para los niños y convertirla en el símbolo de la cultura de la localidad. Creo que, con un aporte empresarial (RSE) o el voluntariado ciudadano -constituido por gente con habilidades variadas-, esto es posible. La suma de esfuerzos hace viable una escuela abierta, en la que todos tienen la oportunidad de perfeccionar lo más personal de cada uno.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.